lunes, 1 de octubre de 2007

CONOCIENDO LA VIDA Y OBRA DE LA MADRE MARÍA DEL REFUGIO


Era y sigue siendo San Miguel de Allende, en Guanajuato (México), una hermosa ciudad. Fue colonial en su tiempo y en ella se conservan las huellas de una larga presencia española. Luego fue lugar de insurgentes, de patriotas mexicanos que lucharon por su independencia. En esa ciudad señorial, en el seno de una familia aristocrática importante, nació la niña María del Refugio, quien en sus primeros años empezó a recibir clases de Francés pues era la lengua cultural de ese momento. Era buena y traviesa y dirigía a sus siete hermanos en estudio y diversiones.


Cumplidos sus veinte años se casó –sólo para complacer a sus padres– con Ángel Cancino –un alto funcionario del Estado, hombre de mundo y poco creyente–, recorriendo así el camino de la inmensa mayoría de mujeres en su vida, con nuevas costumbres, nuevas exigencias sociales dentro de un contexto de intrigas políticas y trampas de la administración civil del Estado.Al quedar viuda –con un hijo y una hija– después de tres años, quiso extender de una manera nueva y mucho más universal, aquello que había descubierto en su matrimonio: el amor de este mundo se abre a un amor más alto, más noble: el amor a la niñez y juventud.


El poeta mexicano Juan Correa amigo de su esposo y de la familia le escribía:
Cuando acaricies a los tiernos niños, hijos de tu alma, a quienes tanto quieres,Piensa en los tristes, solitarios seres, que viven sin amor y sin cariño.


Tres años después de la muerte de su esposo murió su hijo mayor, quedando solamente María Teresa quien atraía todo su cuidado. Pero María del Refugio, además de cuidar y atender a su hija dedicó también su tiempo a visitar en el hospital a los enfermos, especialmente a los más abandonados y a visitar a los presos abandonados por sus familias en la cárcel.Discurrían paralelos los días de madre e hija, y mientras María Teresa se preparaba en el campo de la enseñanza, la madre quería dedicar su vida a Dios y hacerse religiosa, ingresando a la Tercera Orden Franciscana. Pero sus pasos se encaminaron en otra dirección, pues siguió acompañando a su hija y en 1910 fundó una Congregación nueva orientada por sus propios principios y los principios Eucarísticos. Se trata de la comunidad de las Hermanas Mercedarias del Santísimo Sacramento, quienes tienen como misión formar mujeres integrales, con capacidad de ver e interpretar la vida como constructoras de una sociedad más justa y humana, desde la perspectiva del Evangelio. Así lo entendió y lo vivió perfectamente Refugio dentro del espíritu de caridad, alegría y humildad.


A sus cuarenta y un años era una mujer independiente, con una inteligencia privilegiada, con grandes dotes de organización y administración, capaz de discernir, trazar y seguir su camino. Guiada por el Padre Vicente María Zaragoza, catedrático de Teología en el Seminario de Morelia, inició una intensa y larga colaboración apostólica, para dedicarse al servicio de la educación de las niñas, pues ella veía que las escuelas católicas existentes en ese entonces carecían de ideales, eran clasistas (para ricos o pobres), y dejaban desatendida la clase media o sin muchos recursos para costear las colegiaturas de sus hijos. Además consideraba que los colegios regentados por religiosos extranjeros poco harían por cambiar las condiciones prevalecientes de injusticia, pues lejos de concienciar y motivar a los educandos en este sentido, los formaban en los valores, lengua e historia de otras naciones.


El Proyecto Educativo de María del Refugio no se limitaba a las aulas: el testimonio de todos y todas, no importaba el oficio que desempeñaran, se consideraba parte de la acción educativa. “Amor con amor se paga”, solía decirle a sus colaboradoras, y el colegio era ante todo una gran casa de familia en donde siempre se llevaban mensajes de alegría y paz. No buscaban grandezas en la tierra: les bastaba con abrir un campo nuevo de educación liberadora bien fundada en el amor: su colegio no tenía en cuenta para nada el lucro. A muchísimas niñas no sólo se les daba educación gratuita, sino que, además se les alimentaba y vestía, y tanto ricas como pobres recibían el mismo trato. Refugio veía que las jóvenes y las niñas, necesitaban una mayor atención. Miraba el presente y el futuro del mundo y deseaba para ellas un nuevo protagonismo en su propia historia y en la historia de la sociedad.


Ella deseaba que la mujer pudiera ser autónoma, que tomara las riendas de la vida, que asumiera plenamente su tarea como persona responsable, al servicio de la dignidad y plenitud humana. Tomad a la mujer, educadla, sembradle en su alma el gérmen de la moral, y entones veréis lo que ella puede hacer. –decía–. No bastan las palabras ni las promesas –repetía constantemente a las religiosas de su comunidad y a los maestros–: Se necesitan obras, compromisos, realizaciones, por que la juventud está hecha para emprender, para esforzarse, para luchar y es esa juventud es la que teemos todos los días en nuestras manos.


María del Refugio era una mujer admirable por la obra social que estaba realizando y puso su grandeza de ánimo, todo su influjo social y su vida al servicio de la humanidad. Tenía mucha fe en sus ideales y se mantenía en el centro de las grandes luchas sociales con entrega de ánimo y con serenidad interior, convencida siempre que la educación es el camino que permite transformar en realidad y de raíz al ser humano. Sentía profundamente la realidad de la mujer latinoamericana, percibía el machismo de la época y soñaba con formar la niñez y juventud en la fe y en los verdaderos valores.


Sabía que la característica fundamental de la juventud es sin duda la generosidad, la apertura a lo sublime a lo arduo. María del Refugio contó con el don del Buen Consejo, penetrando en la vida de los demás para conocerlos con afecto bondadoso y de ese modo poder aconsejarlos. “Sólo aconseja bien, quien sabe escuchar, quien atiende a las necesidades de los demás, quien les mira por dentro y deja que de esa forma que se expresen. Sólo así puede ofrecerles su palabra de interpretación, de dirección o de simple compañía”.


En la época difícil de México, cuando permanentemente había enfrentamientos entre maderistas y reyistas, María del Refugio ofrecía en medio de las calles el gesto de su caridad en favor de todos los heridos: convirtió su colegio en un hospital para poderlos atender y curar con la ayuda de la Cruz Blanca. También hubo épocas como “el año del hambre”, –cuando las autoridades recogían a muchos muertos por falta de alimento–, en que se juntaban trescientas a cuatrocientas personas en la puerta del Colegio de la Calle Roma y a todos se les daba de comer.


En el año de 1926 se cerraron templos, se clausuraron colegios y se impidieron los actos de culto, hasta llegar al encarcelamiento y muerte de algunos personajes significativos. Temiendo esos ataques contra las religiosas, María del Refugio pensó, en expandir su Instituto a otros países. En todo el mundo, especialmente en América Latina, se reconoce el liderazgo que ha tenido María del Refugio pues su obra se ha expandido por México, Chile, Salvador, Gatemala, Costa Rica, Venezuela, Estados Unidos, España, Roma y Colombia, a donde la comunidad llegó en el año 1929, fortaleciendo mentes y voluntades y curando corazones. Más que una formación académica en la educación que imparten, los Colegios Eucarísticos quieren que sus egresadas lleven en su corazón el sello de mujeres sencillas, serviciales, humildes, alegres, creativas, comprometidas con la transformación de la sociedad y abiertas a los nuevos retos que plantea la humanidad.

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