lunes, 15 de septiembre de 2008

MARÍA DE LA MERCED


MARÍA DE LA MERCED

¡Madre de gracia,
Madre de misericordia!

Éste es el contenido litúrgico, solemne, de aquello que cautivos y hombres libres dicen cuando llaman a María Madre de la Merced. Ella es fundamento (fuente arcana y vientre maternal) de donde brota gracia y misericordia de Dios para los hombres cautivados, dentro de este mundo malo. Ella es reflejo, la expresión cercana de aquel Dios a quien llamamos Padre de misericordia. Es la piedad de Dios hecha cercana, aquella gracia siempre abierta, dirigida a suscitar la libertad y amor de Dios sobre la tierra. Es Madre de misericordia, esto es, origen de merced y redención, en medio de la tierra cautivada. Así ha manifestado su mas hondo misterio ante Nolasco, redentor de cautivos, su devoto y santo de misericordia redentora.

Lógicamente, al situarse de esa forma ante María, los religiosos mercedarios dejan algo en sombra a su hermano fundador, Pedro Nolasco. Saben que el misterio de la redención les sobrepasa y saben que ella manifiesta sobre el mundo la función originaria de María. Por eso la presentan ya muy pronto como Madre y fundadora, no porque pretendan apoyarse simplemente en una manifestación o aparición sensible, sino porque María sigue siendo fundamento, inspiración y contenido de toda la actuación liberadora. María es así la merced de Dios. En esta línea se mantienen las constituciones posteriores: "Mirad la hondura o cavidad del lago de donde habéis sido tomados, esto es, las piadosísimas entrañas de la madre de Dios.

El texto alude a Sara, esposa de Abrahán, madre del pueblo (cf Is 51,1-2). Pues bien, ahora la madre universal es ya María. Ella es por Dios y desde Dios la "hondura del lago de la vida"; es el principio, entraña, de toda acción liberadora. Por eso, ya no es madre a la que todo vuelve, en gesto regresivo; no es sencillamente apoyo o refugio en el peligro. Ciertamente, ella sostiene a los cautivos que se encuentran derrotados. Pero los hermanos redentores la descubren siempre como mujer comprometida: pone en marcha el gran camino de liberación de los cautivos, es promotora de nueva redención para aquellos que la invocan, pertenezcan o no a la orden que lleva su nombre.


MARÍA DE LA MERCED, EVANGELIO DE LA LIBERTAD.

Para comprender y actualizar esa tradición mariana de los principios mercedarios tenemos que volver a la Escritura, descubriendo la función liberadora de la madre de Jesús. Lo haremos destacando tres de los aspectos que supone el evangelio: anuncio, compromiso, celebración. Todos presentan un rasgo mariano, que nosotros reasumimos luego en perspectiva mercedaria. La madre de Jesús se nos revela de esa forma como signo personal, signo importante, de ese evangelio de liberación (cf Ap 14,6ó) de Dios que pretendemos proclamar sobre la tierra.


El evangelio es ante todo buena nueva, anuncio de la acción liberadora de Jesús que ofrece el reino. En ese plano se sitúan las acciones y palabras de su historia, abierta en oración al Padre y extendida en amor hacia los pobres. En perspectiva pospascual, la buena nueva se concretiza como testimonio de la resurrección de Jesús entre los hombres: por eso proclamamos el perdón, la libertad y gracia de Dios sobre la tierra.



En plano de Merced, este evangelio ha recibido un carácter mariano: María se presenta como madre de cautivos, ella simboliza la presencia salvadora de Dios entre los pobres y perdidos de este mundo, como se precisa partiendo de dos textos. Conforme a Jn 19,25-27, María es madre del discípulo amado, en quien se incluyen todos los creyentes de la iglesia. Mt 25,31-46 identifica a esos hermanos con los hombres exiliados, enfermos o cautivos. Uniendo ambos pasajes, el conjunto de la iglesia y de manera especial los mercedarios han sabido que María es madre de aquellos que se encuentran sin amparo sobre el mundo. Ella se convierte así en señal del evangelio: es buena nueva de Jesús para los pobres. El evangelio es en segundo lugar un compromiso. El kerigma de Jesús que anuncia el reino se traduce en forma de exigencia: "¡Convertíos!" Lo que importa es entregar la vida poniéndola al servicio de Dios y su evangelio, en actitud de amor abierto a los hermanos. Siguiendo en esa línea, en perspectiva pospascual, el compromiso de la iglesia se explicita por medio del bautismo: hay que dejarse transformar por Cristo, crear comunidad con los hermanos, en camino que conduce hacia la nueva humanidad reconciliada.

En plano de Merced, esta exigencia ha recibido también un carácter mariano: María está asociada al compromiso de Jesús y colabora en la misma tarea redentora con su fe y su maternidad entera (Lc 1,38.45; cf 1,30-35). Ella nos lleva hasta el lugar de la necesidad humana, para abrirnos los ojos y decirnos "falta el vino", falta libertad para mis hijos (cf Jn 2,1-11): nos conduce al lugar donde se encuentran los hermanos para compartir con ellos el mismo compromiso de unidad y de plegaria (cf He 1,14). A partir de aquí, en perspectiva de Merced, María se presenta como hermana mayor, mujer comprometida que conduce a toda la familia al lugar donde podemos desplegar y realizar la vida como entrega por los otros. Ella es, al mismo tiempo, madre que se ocupa de los hijos cautivos, pero no se ha limitado a llorar como Raquel la muerte irreparable (cf Mt 2,16-18); sus hijos no están muertos todavía, y por eso se dispone a combatir, como "doncella de Sión", para ofrecerles amor y libertad sobre la tierra. Así lo han entendido los primeros mercedarios.


El evangelio es, finalmente, plenitud que se celebra. El anuncio y compromiso se traducen como júbilo festivo que actualiza la verdad del reino: así lo muestran en nivel de historia los milagros de Jesús, esa alegría que despierta su voz de salvación entre los hombres. En nivel de confesión pascual, la iglesia misma es una especie de sociedad celebrativa; comunidad de aquellos que mantienen la fiesta de Jesús sobre la tierra. En plano de Merced, la fiesta de Jesús recibe pronto un carácter mariano. María anuncia el reino, como madre, como hermana mayor nos introduce en el lugar de su exigencia, como compañera entona en nuestro nombre el canto de la libertad en el Magnificat (cf Lc 1,46-55). A través de esa canción ella ha iniciado una liturgia jubilosa de agradecimiento redentor: salta de gozo y nos invita a acompañarla porque el reino ha comenzado a realizarse como fiesta de amor en nuestra historia.

En esta línea se destaca un elemento a veces olvidado: la madre de Jesús es verdadero arjitriklino, mayordomo de la fiesta de los hombres (cf /Jn/02/09). Falta el vino de las bodas de Caná y los invitados deberán cerrar su fiesta: volverán vacíos a su vida precedente, al agua de los ritos, las obligaciones de la historia. Precisamente ha sido María la que dice a Jesús que falta el vino: ya se apaga la fiesta de los hombres, la alegría del banquete y de las bodas. María virgen-madre desbordante de amor hacia la vida, quiere que la vida, libertad y amor triunfen y culminen. Por eso mueve a Nolasco y sus hermanos mercedarios, pidiéndoles que extiendan la fiesta de la vida y libertad sobre la tierra, para que así pueda celebrarse el gozo de Dios entre los hombres.

De esta forma se completa la palabra que hemos visto al ocuparnos del dolor de María. Allí aparece como madre dolorosa, Virgen de la sangre, atravesada por la espada del rechazo, cautiverio y sufrimiento (cf Lc 2 35); en medio del dolor se presentaba como redentora. Pues bien, ahora aparece como madre de la fiesta: cuida el vino de la vida para que los hombres liberados puedan celebrar el gozo de Dios sobre la tierra. Así viene a presentarse como mujer de la Merced o redentora; la primera mercedaria de la historia. María es, por lo tanto, icono o signo escatológico del gozo y redención de Dios para los hombres. Ella es madre-evangelista porque anuncia el reino de Jesús a los pequeños y cautivos de la tierra. Es madre-exigente, hermana redentora, que nos hace ponernos al servicio de la vida. Ella es, en fin, madre-cantora: por ser sacerdotisa de la salvación y la justicia ya cumplida, entona su alegría, nos enseña el himno de su libertad sobre la tierra.




24 de setiembre:

El mensaje de la Merced En el año 1696, el papa Inocencio Xll extendió la fiesta de la Virgen de la Merced a toda la Iglesia, y fijó su fecha el 24 de septiembre. Pero a raíz de la reforma litúrgica del concilio Vaticano II, en el año 1969 la fiesta se suprimió del calendario universal y quedó para los calendarios particulares, mientras otras advocaciones marianas sí se mantenían; se perdió así, lamentablemente, la presencia universal del mensaje de la Merced. Bueno será recordar aquí cuál es ese mensaje.



Las primeras constituciones de la Orden de la Merced, del año 1272, obra del Maestre General Pedro de Amer, comienzan de este modo:
"Asi como Dios, Padre de misericordia y Dios de todo consuelo y dador de alivio en toda tribulación, por su gran misericordia envió a Jesucristo, su Hijo, a este mundo para visitar a todo el linaje humano que se hallaba cautivo como en cárcel, en poder del diablo y del infierno, para visitar y sacar a todos sus amigos que estaban en aquella cárcel en poder del sobredicho enemigo y colocarlos en su gloria (...), de semejante manera Padre, Hijo y Espiritu Santo, en cuyas obras no hay división, determinaron por su misericordia y su gran piedad fundar y establecer esta orden llamada Orden de la Virgen Maria de la Merced de la redención de los cautivos de Santa Eulalia de Barcelona, y para que ejecutara lo determinado constituyeron su servidor, mensajero y fundador y adelantador a fray Pedro Nolasco (...).

El Maestre y los frailes que han hecho profesión en esta orden (...) trabajarán de buen corazón, con buena voluntad y por obra buena, en visitar y librar a los cristianos que están en cautividad y en poder de sarracenos o de otros enemigos de nuestra ley (...). Para la cual merced, es decir, para seguir y acercarse y visitar y librar a los cristianos del poder de los enemigos de la Ley de Cristo, todos los frailes de esta orden, como hijos de verdadera obediencia, estén siempre alegremente dispuestos a dar sus vidas, si es menester, como Jesucristo la dio por nosotros; a fin de que en el día del Juicio, sentados a su derecha por su misericordia, sean dignos de oir aquella dulce palabra que por su boca dirá Jesucristo: "Venid, benditos de mi Padre, a recibir el reino que os está preparado desde el principio del mundo: porque estaba en la cárcel y vinisteis a mi, estaba enfermo y me visitasteis, tenía hambre y me disteis de comer, tenía sed y me disteis de beber, estaba desnudo y me vestisteis, no tenía posada y me recogisteis".




Este es el mensaje de la Merced. Cuando Pedro Nolasco siente que María le empuja a fundar una orden dedicada a la liberación de los cautivos, y le anima a dedicar su vida a esta tarea, no le está dando simplemente unos consejos para llevar adelante una detemminada buena obra, sino que le está invitando a vivir su fe cristiana de una determinada manera y con un determinado contenido. Y cuando el 1272, más de medio siglo después, su sucesor en el gobierno de la orden quiere poner por escrito los motivos que sostienen aquella acción, lo que escribe es, sin duda, la teología y la mística que el fundador había transmitido.
Lo que él mismo hable recibido de Maria. Y esa teologia y esa mística son algo muy hondo. Son tomar conciencia de que la salvación que Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo han querido para la humanidad entera, y que se ha realizado con la liberación de los hombres del poder del mal por la pasión y muerte de Jesucristo, ahora se tiene que seguir realizando mediante la liberación de las esclavitudes que opriman a los hombres en este mundo y que les impidan vivir una vida digna y libre. Y el creyente, continuador de la obra de Jesús, reproduce, cada vez que realiza estas acciones liberadoras, lo mismo que hizo Jesús.

Y resulta ilustrativo darse cuenta de que, en esta teología y mística, el conocido texto del juicio final de Mateo 25,31-46 es entendido como una directa consecuencia de la acción redentora de Jesús: redimir cautivos, visitar enfermos, librar de la pobreza y de cualquier otra opresión o dolor, es una forma concreta de dar la propia vida como Jesús hizo, y en esta tarea hay que estar incluso dispuesto a darla totalmente. Eso hizo descubrir María, la Virgen de la Merced, a Pedro Nolasco y a sus frailes. Lo cual no es nada sorprendente. Porque, al fin y al cabo, fue Maria de Nazaret quien, antes del nacimiento de su Hijo, fue capaz de proclamar, en su cántico en casa de Isabel, que la acción salvadora de Dios, que estaba llegando a su plenitud con la venida de Jesús al mundo, significaba la liquidación de todas las situaciones de dolor y de opresión de los pobres y de los débiles.

El mensaje de la Merced sigue teniendo ahora todo su valor y fuerza, y una profunda actualidad. Y quizá nosotros, en nuestros días, estamos incluso en mejores condiciones que los cristianos del siglo XlIl para entenderlo. Un mensaje que es una llamada a la liberación de todas las esclavitudes y opresiones que se dan en este mundo, en el camino de la liberación plena que se encuentra en la vida nueva de Dios; pero una llamada que (a diferencia de lo que sin duda creían los cristianos del siglo XIII) no está delimitada por ninguna barrera de raza, de cultura o incluso de religión. Al servicio del bien y de la felicidad de todos los hombres y mujeres de todas partes, también ahora, en este mundo.
JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1998, 12 49-50
Del libro Nuestra Señora de la Merced" de próxima publicación en la colección Santos y Santas



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