sábado, 22 de diciembre de 2007

jueves, 20 de diciembre de 2007

martes, 18 de diciembre de 2007

lunes, 17 de diciembre de 2007

REFLEXIÓN


Sembrar
Obra Pontificia para las Vocaciones Eclesiásticas.


«Salió un sembrador a sembrar, y de la simiente, parte cayó junto al camino, y viniendo las aves se la comieron. Otra cayó en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra; brotó en seguida porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol se agostó, y se secó porque no tenía raíz. Parte cayó entre cardos, pero éstos crecieron y la ahogaron. Finalmente otra parte cayó en tierra buena y dio fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta» (Mt 13, 3-8).

Este párrafo precisa, en cierta manera, el primer paso de un camino pedagógico, la primera actitud por parte de quien se pone como mediador entre Dios que llama y el hombre que es llamado, y que se inspira, ciertamente, en el hacer de Dios. Es Dios-Padre el sembrador: Iglesia y mundo son los campos donde continúa esparciendo abundantemente su semilla, con absoluta libertad y sin exclusiones de ningún tipo; una libertad que respeta la del terreno donde cae la semilla.


a) Dos libertades en diálogo

La parábola del sembrador manifiesta que la vocación cristiana es un diálogo entre Dios y la persona humana. El interlocutor principal es Dios, que llama a quien quiere, cuando quiere y como quiere « según su propósito y su gracia » (2 Tim 1,9); que llama a todos a la salvación, sin dejarse limitar por las disposiciones del receptor. Pero la libertad de Dios se encuentra con la libertad del hombre, en un diálogo misterioso y fascinante, hecho de palabras y silencios, de mensajes y acciones, de miradas y gestos; una libertad perfecta, la de Dios, y otra imperfecta, la del hombre. La vocación es, por tanto, totalmente acción de Dios, pero también real actividad del hombre: trabajo y penetración de Dios en lo profundo de la libertad humana, pero también fatiga y lucha del hombre libre de acoger el don.

Quien va junto a un hermano en el camino del discernimiento vocacional penetra en el misterio de la libertad, y sabe que podrá ser de ayuda sólo si respeta tal misterio. Incluso cuando ello debiera suponer, al menos en apariencia, un menor resultado. Como ocurre con el sembrador de la parábola.


b) El valor de sembrar por doquier

Precisamente el respeto de ambas libertades significa, ante todo, valor para sembrar la buena semilla del Evangelio, de la Pascua del Señor, de la fe y, en fin, del seguimiento. Esta es la condición previa; no se hace ninguna pastoral vocacional, si no se tiene este valor. No sólo esto; sino que es necesario sembrar por doquier, en el corazón de cualquiera, sin ninguna preferencia o excepción. Si todo ser humano es criatura de Dios, también es portador de un don, de una vocación particular que espera ser reconocida.

Con frecuencia, se deplora en la Iglesia la escasez de respuestas vocacionales; y no se repara en que, con igual frecuencia, la propuesta es hecha dentro de un limitado círculo de personas, y, tal vez, retirada inmediatamente tras el primer rechazo. Viene bien recordar aquí, el reclamo de Pablo VI: «Que ninguno, por nuestra culpa, ignore lo que debe saber, para orientar, en sentido diverso y mejor, la propia vida».(97) Y, sin embargo, ¡cuántos jóvenes nunca han oído una propuesta cristiana acerca de su vida y de su futuro!

Es maravilloso observar al sembrador de la parábola en el gesto amplio de la mano que siembra «por doquier»; es conmovedor reconocer en tal imagen el corazón de Dios-Padre. Es la imagen de Dios que siembra en el corazón de todo viviente un proyecto de salvación; o si queremos, es la imagen del «derroche» de la generosidad divina, que se desparrama sobre todos porque quiere salvar a todos y llamarlos a Sí.

Es la misma imagen del Padre que se hace visible en el obrar de Jesús, el cual llama a Sí a los pecadores, escoge para construir su Iglesia gente aparentemente inadecuada para esta misión, no conoce límites ni hace acepción de personas.

Es mirándose en esta imagen como el agente de pastoral, a su vez, anuncia, propone, sacude con idéntica generosidad; y es precisamente la seguridad de la semilla depositada por el Padre en el corazón de toda criatura la que le da fuerza para ir a todas partes y sembrar de cualquier modo la buena semilla vocacional, para no quedarse encerrado dentro de los espacios habituales y afrontar ambientes nuevos y para intentar aproximaciones insólitas y dirigirse a cada persona.


c) La siembra en el tiempo propicio

Forma parte de la sabiduría del sembrador esparcir la buena semilla de la vocación en el momento propicio. Lo que de ningún modo significa adelantar los tiempos de la opción o pretender que el adolescente tenga la misma capacidad de decisión que un joven, sino comprender y respetar el sentido vocacional de la vida humana.

Cada etapa de la existencia tiene un significado vocacional, comenzando del momento en el que el muchachoa se abre a la vida y tiene necesidad de comprender su sentido, e intenta preguntarse sobre cuál es su papel en ella. No dar respuesta a tal pregunta en el momento adecuado, podría perjudicar el germinar de la semilla: «la experiencia pastoral demuestra que la primera señal de la vocación aparece, en la mayor parte de los casos, en la infancia y en la adolescencia. Por esto parece importante recuperar o proponer fórmulas que puedan suscitar, sostener y acompañar esta primera manifestación vocacional».(98) Sin limitarse exclusivamente a ellas. Cada persona tiene sus ritmos y sus tiempos de maduración. Lo importante es que junto a sí tenga un buen sembrador.


d) La más pequeña de todas las semillas

No es ciertamente labor fácil, hoy, «la del sembrador vocacional». Por los motivos que sabemos: no existe, propiamente hablando, una cultura vocacional; el modelo antropológico prevalente parece ser el del «hombre sin vocación»; el contexto social es éticamente neutro y carente de esperanza y de modelos prospectivos. Todos los elementos parecenconcurrir para debilitar la propuesta vocacional y, quizá, nos permiten aplicarle cuanto Jesús dice a propósito del Reino de Dios (cfr. Mt 13,31 ss.): la semilla de la vocación es como un granito de mostaza que cuando se lo siembra, o cuando viene propuesta o indicada como presente, es la más pequeña de todas las semillas; muy a menudo no suscita consenso inmediato alguno; al contrario, es negada y desmentida, es como sofocada por otras expectativas y proyectos, ni tomada en serio; o, más bien, se la mira con recelo y desconfianza, como si fuese una semilla de infelicidad.

Y, entonces, el joven, rechaza, dice no interesarle, ha hipotecado ya su futuro (u otros ya lo han hecho por él); o quizá dice que le agradaría y le interesa, pero que no está seguro y, además, es muy difícil y le da miedo...

Nada de extraño y absurdo en esta reacción medrosa y negativa; en el fondo lo había dicho ya el Señor. La semilla de la vocación es la más pequeña de todas las semillas, es débil y no se impone, precisamente porque es manifestación de la libertad de Dios que quiere respetar hasta el extremo la libertad del hombre.

Y, por lo tanto, también es necesaria la libertad de quien orienta el camino del hombre: una libertad de espíritu que permita continuar y no echarse atrás ante el rechazo y desinterés iniciales.

Jesús dice, en la breve parábola del grano de mostaza, que «una vez crecida, es la más grande de las hortalizas» (Mt 13,32); por tanto, es una semilla que posee su fuerza, aunque no es evidente y eclosiva de inmediato, antes bien, necesita muchos cuidados para madurar. Hay una especie de secreto elemental que forma parte de la sabiduría campesina: para asegurar cualquier cosecha en la estación justa, es preciso cuidar todo, desde el terreno hasta la simiente; prestar atención a todo, desde lo que la hace crecer hasta lo que obstaculiza su desarrollo. Incluso a las imprevisibles intemperies de las estaciones. En el campo vocacional sucede algo parecido. La siembra es sólo el primer paso, al que deben seguir otras atenciones bien precisas para que las dos libertades entren en el misterio del diálogo vocacional.

domingo, 16 de diciembre de 2007

TERCERA SEMANA DE ADVIENTO


Oración para la Tercera Semana


Todos hacen la señal de la cruz.Líder: "Nuestro auxilio es en el nombre del Señor"

Todos: "Que hizo el cielo y la tierra"
Lecturas bíblicas:Primera lectura: 1 Tesalonicenses 3,12-13 "Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos. Y que así os fortalezca internamente, para que, cuando Jesús, nuestro Señor, vuelva acompañado de todos sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios nuestro Padre”"Palabra de Dios"

Todos: "Te alabamos Señor".


Segunda lectura: Filipenses 4,4-5. "Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca." "Palabra de Dios"

Todos: "Te alabamos Señor".
Se encienden tres velas: "Bendigamos al Señor"

Todos hacen la señal de la cruz mientras dicen: "Demos gracias a Dios".


Esperanza A Belén

La Virgen vuelve a viajar, lejos de su familia y amistades, obedece el mandato del emperador... En Belén ella y San José no encuentran sino rechazo. Todo parece salir muy mal... Por menos algunos matrimonios se han divorciado. Pero ellos no pierden la esperanza.
No hay Navidad sin sufrimiento, sin la prueba y la superación de los egoísmos. La esperanza cristiana lo vence todo. No es resignación negativa. Hace todo lo posible para hacer de las situaciones difíciles lo mejor. No pierde de vista a Dios que se hace presente en el corazón humilde y fiel.


Tiempo de silencio. / Tiempo de intercesiónPadre Nuestro. / Ave María.


Oración final:

Estás viendo, Señor, cómo tu pueblo espera con fe la fiesta del nacimiento de tu Hijo; concédenos llegar a la Navidad, fiesta de gozo y salvación, y poder celebrarla con alegría desbordante. Por nuestro Señor Jesucristo.
Todos: "Amén".

REFLEXIÓN