viernes, 29 de febrero de 2008

EXPASIÓN DE LA COMUNIDAD


El aumento de personal es motivo para que la comunidad inicie su expansión. La primera casa filial es la de Popotla, cuyo colegio fue inaugurado el 2 de febrero de 1919. Cinco meses más tarde se abre la segunda, en San Luis de la Paz, y en diciembre una en Real del Monte. Siguen otras en Jalapa, Sayula, San Luis Potosí, Monterrey, Saltillo, Toluca y Tacubaya. En algunas de estas fundaciones se vive en suma pobreza, careciendo incluso de alimentos. María del Refugio, sin embargo, está conforme con las precarias condiciones, recordando aquella máxima de Santa Teresa, de que “todos los principios son penosos” y con la convicción de que, una vez comenzado algo, debe continuarse, sin importar las dificultades que puedan presentarse, siempre y cuando sea voluntad de Dios y de los Superiores.

En vista del número de casas y de miembros y de que ya todo está bien organizado, el Arzobispo Mora y del Río pone en manos del Padre Scotti la solicitud de aprobación diocesana del Apostolado de Jesús Eucarístico, junto con las cartas de recomendación de varios obispos, para que las lleve personalmente a Roma. La Sagrada Congregación de Religiosos encuentra todo bien preparado, por lo que concede, el 15 de junio de 1922, el permiso de erección canónica, cambiando el nombre de la comunidad al de Apostolado del Santísimo Sacramento. Las Constituciones sufren algunas modificaciones, que si bien no cambian la esencia del Instituto, sí amplían su fisonomía espiritual. El fin seguiría siendo el mismo que las había congregado y para el cual fueron aprobadas y erigidas: la santificación de sus miembros por la práctica de los consejos evangélicos y la extensión del reinado de Jesús Eucarístico en todas las clases sociales, enseñando a través de la educación cristiana de la niñez y juventud, que Jesús Sacramentado es el centro de todas las ciencias. En los patronos hay añadiduras: junto a la advocación guadalupana incorporan la de la Virgen de la Merced, y entre los santos protectores, junto a San José, San Miguel Arcángel, San Pascual Baylón y Santa Teresa de Jesús, aparece San Ramón Nonato, el santo mercedario de la Eucaristía.

La comunidad va tomando un matiz mercedario. En agradecimiento a la Virgen Redentora de cautivos, María del Refugio solicita la agregación a la Orden, misma que les es concedida el 11 de julio de 1925, siendo desde entonces conocidas como Religiosas Eucarísticas Mercedarias y desde 1948 como Hermanas Mercedarias del Santísimo Sacramento. Por esta devoción las Hermanas están llamadas a participar del dolor maternal de María, asociado al misterio redentor de Jesús, y a colaborar con actos heroicos de amor y caridad para rescatar al hombre de sus cautividades modernas y así salvar sus almas.

Los ataques del Gobierno contra la Iglesia son cada vez más frecuentes. El 30 de noviembre de 1924 toma posesión como Presidente de la República Plutarco Elías Calles, quien en febrero de 1925 promueve un cisma, con el fin de instituir una religión dependiente de la autoridad civil. Y en febrero de 1926, la prensa atribuye a Monseñor Mora y del Río unas declaraciones contra la Constitución de 1917, que sirven de pretexto para desencadenar la brutal persecución religiosa. Esa misma semana la mayoría de los colegios católicos son clausurados. Para su reapertura, el Gobierno reclama el cumplimiento de lo estipulado en la Constitución, que en su artículo tercero, dispone: “Las corporaciones religiosas, los ministros de cultos, las sociedades por acciones que, exclusiva o predominantemente realicen actividades educativas, y las asociaciones o sociedades ligadas con la propaganda de cualquier credo religioso, no intervendrán en forma alguna en planteles en que se imparta educación primaria, secundaria y normal y la destinada a obreros o a campesinos”. Los obispos conminan a los directores de los colegios católicos a que firmen las declaraciones en las que se comprometen a observar cabalmente el artículo tercero constitucional. Todos firman, excepto el Padre Juan Carranza y las Hermanas del Apostolado del Santísimo Sacramento. María del Refugio no podía, en conciencia, sujetarse a una ley que atentaba contra Dios y contra la libertad del hombre. Consulta a Monseñor Crespi, Secretario de la Delegación Apostólica, quien opina que la Santa Sede preferiría que dejaran los colegios antes que transigir con lo estipulado por las autoridades civiles. Pero el Vicario General del Arzobispado, Maximino Ruiz y Flores, le dice que no debe rebelarse a las disposiciones superiores; esto disipa las dudas y con repugnancia cede, haciendo que una seglar firme por ella. Las clases reinician el martes 27 de abril, pero el crucifijo y las imágenes religiosas permanecen en las paredes de las aulas del Colegio del Santísimo Sacramento, porque María del Refugio considera que los símbolos de la fe son parte esencial del medio ambiente que debe imperar en sus establecimientos.

El jueves 27 de mayo se presentan a las puertas del Colegio del Santísimo Sacramento dos agentes de la Secretaría de Gobernación con orden de cateo. Encuentran a las Hermanas portando sus hábitos. Pistola en mano recorren la casa, revisando hasta por debajo de las camas, pues -según dicen- tienen orden de disparar “sobre cualquier cura que encuentren”. Para evitar una profanación, María del Refugio toma el Santísimo Sacramento y llevándolo bajo el manteo los acompaña por toda la casa, al tiempo que les habla, con energía y valor, dándoles respuestas, como: “No temo que ustedes me cierren, como dicen, los oratorios, porque el oratorio que llevo en el corazón, ese sí que no lo podrán cerrar”. Escenas similares se repetirían continuamente en los años venideros.

El 2 de julio de 1926 el Presidente de la República promulga una ley que reglamenta el ejercicio de los cultos, sujetando el ministerio espiritual al poder civil. La aplicación de la llamada “Ley Calles”, comprende la expulsión de sacerdotes extranjeros, prohíbe la prensa católica, censura la correspondencia, penaliza incluso la práctica religiosa en privado, y dispone el cierre de los colegios confesionales, los seminarios diocesanos y las instituciones de beneficencia asistidas por religiosas. El Episcopado responde con una carta colectiva en la que comunica la decisión de suspender el culto público en todos los templos del país, a partir del 30 de ese mes. La clausura de los Colegios Eucarísticos es inevitable. El 15 de julio es el último día de clases en Avenida Chapultepec, aunque algunas Hermanas continuarán instruyendo subrepticiamente, reuniendo grupos de niñas en casas de familias.

Hacía tiempo que viendo cómo la cuestión religiosa en México se complicaba, María del Refugio había pensado abrir casas en España e Italia como medio para conservar la vocación de sus religiosas y la vida del Instituto. El primer paso fue una fundación en Placetas, Cuba, en septiembre de 1925, que serviría de puente a las Hermanas destinadas a las fundaciones ultramarinas. Luego tramita una fundación en El Salvador y el traslado del noviciado a Oklahoma, en los Estados Unidos. En La Habana abre otro Colegio Eucarístico (6 septiembre 1926) y de España le proponen abrir una casa en las Provincias Vascongadas, fundación que lleva a cabo luego de que en comunidad hiciera los Siete Domingos a Señor San José encomendándole el asunto. La superiora general y las consejeras permanecerían en México, saliendo temporalmente de su convento para refugiarse en los sótanos de una casa vecina, desde donde seguirían gobernando el Instituto.

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