viernes, 18 de septiembre de 2009

MEDITACIÓN


V. J. E.
Hermanas mercedarias del santísimo sacramento
Provincia María del Refugio
Coordinación de Carisma y Espiritualidad.


Para la meditación


Queridos hermanos de la Orden de la Bienaventurada Virgen María de la Merced:
Con profunda alegría comparto con vosotros estos momentos de intimidad, en un encuentro familiar, que confío sirva para estrechar, aún más, los lazos de comunión afectuosa entre vuestro Instituto y el Papa.


Sé que estáis reunidos en Roma con motivo del Capítulo general, al que miran con tanta esperanza todos los religiosos de la Orden, comprometidos apostólicamente en 19 Países de diversos continentes.


Os agradezco vuestra visita, con la que deseáis manifestarme vuestros sentimientos de fiel adhesión al Magisterio de la Iglesia. En esta oportunidad quiero confirmar la honda estima que nutro hacia vuestra antigua y benemérita Orden que, desde hace más de siete siglos y medio, ha ido prodigándose en favor de los miembros más afligidos y oprimidos del Cuerpo místico de Cristo.


La misión que vuestro Fundador San Pedro Nolasco os confió, en la obra directa de redención y ayuda a los cautivos, y que impregnó toda su actuación apostólica en parroquias, hospitales para pobres, enseñanza y misiones, se halla hoy prolongada en un carisma de servicio a la fe, para proyectar un rayo de esperanza, y ofrecer la asistencia de la caridad de Cristo, a cuantos se encuentran sometidos a nuevas formas de cautiverio en nuestra sociedad: en centros penitenciarios, en suburbios de pobreza y hambre, en ambientes de droga, en zonas de materialismo en las que se persigue a la Iglesia o se la reduce al silencio, etc.


Se trata de un vasto campo en el que ha de volcarse, sin reserva, vuestro espíritu religioso y la disponibilidad total a la que os abre la vivencia generosa de los consejos evangélicos y la profesión de vuestro cuarto voto. Esa será la manera de ser fieles, hoy, a vuestro carisma, en la línea trazada por San Pedro Nolasco y recogida, ya, en las primitivas constituciones de 1272.


No cabe duda de que es un exigente compromiso eclesial al que os invita vuestra vocación. Para mantener viva esa entrega, es necesario que seáis almas de profunda vida interior y que renovéis vuestras fuerzas en el contacto con el Modelo de toda perfección: Cristo Jesús, Buen Pastor y Salvador. Por ello, os repito a vosotros: “Vuestras casas deben ser sobre todo centros de oración, de recogimiento, de diálogo -personal y comunitario- con Aquel que es, y debe ser, el primero y principal interlocutor en la sucesión laboriosa de las horas de cada jornada vuestra”. En esa escuela sublime el religioso apagará la sed de Dios que debe ser una característica en su vida y se llenará de ese amor grande que da sentido nuevo a la propia existencia.


Hablando a Religiosos, cuyo Fundador puso tanto empeño en la devoción a la Madre de Dios y nuestra, no puedo menos de exhortaros a mantener, y profundizar, ese gran amor mariano que es una nota peculiar de vuestra Orden. Tomad de la “Madre de la Misericordia” y “Consuelo de los afligidos” el ejemplo, e inspiración, en cada instante. Ella os guiará a su Hijo y os enseñará el valor de cada alma, a la que prodigar celosamente el cuidado de vuestro ministerio.


Alentándoos en vuestros propósitos, os reitero mi confianza, pido por vosotros e imparto, a cada uno de los miembros de vuestra Orden, mi especial Bendición.


• Hagamos nuestras las palabras de Juan Pablo II, pues somos también una Comunidad fundada para liberar, para dar la vida en busca de la libertad de los cautivos; una comunidad para entregarse en forma absoluta y total; una comunidad cuyo distintivo tiene que ser la misericordia: que se da con el corazón.


• Tenemos que ser liberadoras, redentoras por doble partida: La Merced y la Eucaristía. No tenemos excusas para mostrarnos frías e indiferentes ante quienes sufren y menos aún para ser la causa del sufrimientos de los demás.


• Con María de la Merced y la Eucaristía tenemos que ir construyendo caminos de libertad para quienes buscan en nosotras un consuelo, un camino lleno de luz y de estrellas en momentos de oscuridad, de tinieblas, de soledad.


• Nuestro corazón Mercedario tiene que ser un campo abierto para quienes buscan sentir la libertad que da el amor, la caridad; no puede ser un patio donde se encierren entre barrotes quienes sólo desean ser libres, ser reconocidos, amados.


• Nuestra alma Mercedaria tiene que ser esa estrella donde aquellos que carecen de su libertad puedan sentir a Dios que los sigue mimando e invitando a no anclarse en su oscuro pasado o en la dura injusticia humana, sino que los Impulsa a seguir su estela y surcar ese futuro que Él les ofrece y depara, recordándoles que son sus hijos.


• Nuestro corazón misericordioso como el de María la liberadora tiene que ser ese patio donde el hombre sólo encuentre la alegría que ofrece la expansión, la comprensión y el gozo, no aquel que el preso mide y repasa día a día sintiéndose acorralado. ¡Señor! Que puedan gozar, como pájaro, del cielo de libertad. Escucha su esquivo reclamo.


• Nuestras manos tienen que ser esa flecha que señala caminos de libertad, ¡Señor! Que puedan creer que detrás de esos cerrojos siguen brillando las estrellas, sigue brillando el sol y cayendo la lluvia sobre los sembrados, se sigue viendo el verde esperanza. ¡Señor! Que puedan volver a soñar, que despierte su ilusión y la alegría. Abre esas puertas que para ellos se han cerrado y quieran ver una vez más la primavera.


• Nuestros ojos Mercedarios sólo pueden irradiar la luz que brota de la justicia. No pueden empañarse bajo la influencia de quienes odian, persiguen, maltratan, de quienes no buscan el bien sino el mal para los demás. Nuestros ojos, Oh Señor, tienen que ser como los tuyos: puestos siempre en los más débiles, no para hundirlos, sino para salvarlos: “No vine por los justos, son por los pecadores.”


• Nuestros pies Eucarísticos-Mercedarios tienen que salir al encuentro de quienes nos buscan, no pueden huir de las oportunidades que nos das, Señor, para mostrarnos como lo que decimos ser, para honrar nuestro nombre: Mercedarias del Santísimo Sacramento. Nuestros pies tienen que estar libres de cadenas para poder romper aquellas que atan a los que han caído en la desgracia.


• Nuestra boca, como la de nuestra Reina liberadora, tiene que pronunciar palabras que liberan, no que condenan, que son esperanza, no desconsuelo; tiene que ser esa llave que permita a aquellos que están cautivos escuchar un tintineo que canta sólo libertad, que puedan soñar con ese día en que tú, Oh Dios liberador, permitas que las puertas se abran abriendo también las puertas de sus corazones que anhelan recuperar la integridad que ha sido lastimada por el juicio de los hombres, que puedan, con su dignidad, mantener la frente en alto porque tú, que eres el Juez justo, llevarás a estas personas al taller de tu misericordia para restaurar la verdad; y así, su dignidad.


• Permítenos terminar con una oración que salga de nuestro corazón, poniendo en tu corazón de Padre-Madre a cada uno de los que hoy carecen de su libertad:

Señor, hoy te pido por los presos,
por los hombres y mujeres que han sido detenidos, encarcelados;
que viven, día y noche,
entre vallas, puertas y más puertas cerradas:
vigilados día y noche hasta en su misma intimidad.

Tú, que también fuiste detenido violentamente
y encerrado y torturado,
ayuda a los hermanos torturados y encerrados.
Aunque lo sean con culpa.
Tú, Señor, que fuiste condenado injustamente,
apiádate, sobre todo,
de los que cumplen una condena injusta,
o que, incluso, son del todo inocentes.

Tú que fuiste considerado delincuente y antisocial;
que fuiste avergonzado y escarnecido públicamente,
dulcifica la represión y el desprecio y el rigor
con que son tratados “nuestros” delincuentes.

Tú, Señor, Justo entre los justos;
Dios de justicia amorosa,
haz que se trate con justicia justa y respetuosa
a quienes condenamos y rechazamos.



Tú, que ofreciste tu ejecución por amor,
y por tu crucifixión conquistaste el amor de todos,
haz que nuestros condenados encuentren amor y encuentren siempre
a quien amar.
Tú, Señor, que saliste del sepulcro,
tu último encierro, victorioso y triunfal,
haz que los presos puedan recuperar su libertad,
con esperanza de una vida nueva.

Tú, Cristo Resucitado,
haz que todos los presos puedan un día resucitar a la vida
y que siempre haya quien celebre su resurrección.
Salva, Señor, a los presos de la ruindad
y la depresión y el resentimiento y el espíritu de venganza.

Que todos aprendan de Ti, inocente y manso,
pero abriendo todas las puertas a todas las libertades
y para siempre.


(Pastoral Penitenciaria de Burgos)

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