viernes, 2 de mayo de 2008

TRAZOS DE LA VIDA DE LA SIERVA DE DIOS MADRE MARIA DEL REFUGIO AGUILAR


María del Refugio, que en su juventud gustaba de las distracciones y de las comodidades del mundo, había puesto su confianza y sus anhelos en el futuro prometedor de su marido. Todo se vino abajo al morir Don Angel. Regresó a la casa paterna, donde pasaba los días y los meses encerrada en su habitación. En marzo de 1891 sufrió una nueva pena: su primogénito enfermó de una angina maligna que finalmente le ocasionó la muerte.


Cinco años más tarde, en los ejercicios espirituales, María del Refugio, experimenta una profunda renovación espiritual. Saca en claro que el hombre ha sido creado para alabar y servir a Dios. Se reconcilia y agradece a Dios la vida, formando propósitos de comulgar frecuentemente, adquirir el hábito de dialogar con el Señor y examinar la conciencia todos los días, evitar los disgustos en la familia, ser recatada al mirar al sexo opuesto, no seguir las modas ni asistir a espectáculos públicos, purificar los afectos y rechazar los amores desordenados, ocuparse útilmente evitando el ocio y la lectura de novelas, pedir por el prójimo y por los difuntos, y rezar el rosario. Es evidente que no hablamos de la conversión de un ateo sino de un creyente que había permanecido -como muchos- en un estado de inconsciencia, cumpliendo con las prácticas religiosas por mera costumbre.

Desde entonces María del Refugio manifestará un amor ardiente a Jesucristo, presente real y substancialmente en el sacramento de la Eucaristía, al que quedará unida de manera singular. En su vida se ve claramente como la gracia recibida al comulgar va surtiendo efecto. Adquiere una sensibilidad exquisita que la lleva a admirar y respetar la naturaleza, y a apreciar el arte, la música y las letras, pues en todo ello experimenta algo de la belleza, de la gloria y la majestad de Dios, a través de Su creación y de las obras humanas que la reflejan. Fruto también de esa vida eucarística es una extraordinaria alegría que la caracteriza hasta el final de su vida. Por encima de las contrariedades, pruebas y enfermedades, su fe y esperanza en el amor infinito de Dios, la llenan de regocijo.

Ingresa a la Orden Tercera Franciscana, donde profesa el 4 de octubre de 1896, llegando a ser ministra y maestra de novicias (épocas en las que, según la opinión de algunas personas, la Tercera Orden alcanzó mayor florecimiento). Uno de los apostolados característicos de las terciarias franciscanas de ese tiempo, eran los catecismos para preparar a la primera comunión. Como catequista, María del Refugio descubre que, para poder transmitir efectivamente a los niños las verdades de la fe y muy particularmente lo relacionado con la Eucaristía, debe hacer suyas esas enseñanzas, encontrando ahí una fuente para captar algo de la grandeza del Misterio.

Si el sacramento de la Eucaristía es el sacramento de amor, que simboliza la unión de Cristo con la Iglesia, es natural que, como alma auténticamente eucarística, María del Refugio sienta el deseo, el impulso o la necesidad de amar y servir a los demás y de dedicarse a las obras de misericordia. Su alegría se ve empañada por la ausencia de Dios en la sociedad, la corrupción, la inmoralidad, los atentados contra la vida, los niños y jóvenes sin acceso a la instrucción, los hombres esclavizados por los vicios y adicciones, los desplazados de sus lugares de origen, los que sufren persecución, guerras, violencia y la miseria en todas sus formas. De ahí que se sienta motivada a ejercitar la caridad evangélica, para liberar a los hombres y proclamarles el mensaje de salvación. Desempeña, pues, un intenso apostolado en favor de los más necesitados: socorre a familias y personas que atraviesan por difícil situación económica, llevándoles comestibles, carbón y ropa; visita semanalmente a los reclusos de la cárcel municipal y a los enfermos del hospital, viendo que los moribundos reciban los últimos auxilios espirituales; se preocupa por los que viven en mal estado, como también por los que, estando bien casados, viven desunidos; escucha y aconseja a quienes acuden a ella con sus penas y problemas. A los empleados domésticos los trata como miembros de la familia y todos los días reza el rosario con ellos. El día de su santo invita a muchos indigentes y ella misma les da de desayunar.

Su interés por los demás no se limita a determinada actividad para aliviar las carencias materiales o espirituales de los menos favorecidos. Se vuelve sociable y cultiva la amistad con personas de distintos medios y clases: sacerdotes, religiosas, políticos, profesionistas, literatos, actores, madres de familia, viudas y estudiantes, tratándolos a todos con respeto, sin exclusivismo ni egoísmo y buscando en la relación interpersonal la perfección cristiana.

María del Refugio es una mujer atractiva y no le faltan pretendientes. Pudo haberse casado nuevamente, pero desde los ejercicios espirituales su vida queda orientada al estado religioso. Sin embargo, tiene una hija y por lo tanto la perfección ha de buscarla en su condición de madre, sacrificando y combinando sus propios gustos, intereses e inquietudes, con aquellos que convienen a la formación de la pequeña Refugio Teresa. Como madre de familia es severa, exigente y siempre vigilante. Evita que su hija tenga malas compañías; le prohíbe leer libros que atenten contra las buenas costumbres y que escuche ciertas conversaciones entre adultos. Muy lejos de sobreprotegerla, sabe respetar su vocación y la educa para responder libremente a lo que Dios le tenga destinado, despertando en ella ideales de santidad y anhelos de colaborar en la salvación de las almas. Con gran visión del papel que la mujer desempeñará en la nueva sociedad industrializada, en 1904 la matricula en un internado de la ciudad de México para que termine sus estudios elementales. Al año pasará a Morelia a estudiar la normal, graduándose de maestra en 1907.

En su experiencia de madre y en el ejercicio del apostolado, María del Refugio siente que Nuestro Señor le confía la salvación de los niños y jóvenes y que debe procurarla con el buen ejemplo, con la palabra y con la oración. Llega a la convicción de que transformará al mundo promoviendo los valores cristianos, formando ciudadanos que cumplan con sus deberes y respeten los derechos de los demás, a la vez que tengan acceso a mejores condiciones de trabajo, sean solidarios con el prójimo y hagan buen uso de los bienes materiales. Conforme aumenta su grado de conciencia de Quién es a quien recibimos en la Comunión, se siente más indigna de recibirlo y profundamente apenada por que hay quienes comulgan sacrílegamente y quienes niegan la presencia real del Señor en el augusto sacramento. Por ello se dispone a responder incondicionalmente a lo que Dios le inspire.

En uno de sus viajes a la capital michoacana a visitar a su hija, entra a la catedral y al estar orando ante la imagen de la Virgen de Guadalupe, concibe el proyecto de fundar un instituto religioso para extender el amor al Santísimo Sacramento, reparar los pecados del mundo, y también como estrategia para dar mayor trascendencia a su actividad apostólica. Un Instituto que, sin dedicarse de manera exclusiva a una determinada clase social, atienda establecimientos educativos, centros de catequesis y bibliotecas donde se proclame el Evangelio e infunda y difunda el amor a Jesús Sacramentado desde la propia realidad y cultura de las gentes. Comunica la idea a un sacerdote conocido suyo, Vicente Zaragoza, y conjuntamente estudian la manera de llevarla a cabo.

Con la intención de prepararse interiormente y ultimar los detalles de la fundación, María del Refugio ingresa, en enero de 1908, al pensionado de la Compañía de María en la ciudad de México. Le acompaña su hija, quien prestará sus servicios en el colegio de dichas religiosas, con el fin de adquirir experiencia para después colaborar como profesora seglar en la obra de su madre. Al poco tiempo se les une Guadalupe Hernández Barba, dirigida también del Padre Zaragoza.

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